• 666. El toro y Amaranta
    2025/05/31

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Erase una vez una familia muy pobre, compuesta por los padres, Florencio y Amaranta, y por sus dos hijos, Florencito y Amarantita. Tenía tal necesidad la familia, que todas las mañanas se veía obligado el buen Florencio a ir hasta el matadero para comprar a muy bajo precio las tripas de las reses allí sacrificadas. A la postre, y dada la destreza culinaria de Amaranta, las tripas se convertían en un alimento de grato sabor.

    Tenían una vecina, llamada Mariquita, que un día se dirigió a la choza de Florencio y Amaranta para pedirles un poco de sal. Al ver a Amaranta guisando aquellas repugnantes tripas, le dijo:

    -Las compra Florencio en el matadero que hay cerca del cemen-terio, ¿verdad?

    -Así es -respondió Amaranta.

    Entonces Mariquita les contó que aquellas tripas no eran de animales, sino de fantasmas.

    -¡Qué cosas dices! -exclamó el buen Florencio echándose a reír.

    -Es verdad -insistió Mariquita. El cura es el que hace eso; es un brujo.

    Poco después murió Mariquita.

    Una mañana en la que Florencio iba al matadero, vio venir hacia él una manada de toros. Cuando llegaron a su altura, oyó algo en extremo curioso: un toro le preguntaba a otro, en el idioma de los cristiapos, si era la primera vez que iba al matadero. El toro preguntado respondió que no; que era la tercera vez que lo mataban.

    Al poco rato vio pasar a una hermosa vaca, de cuyos ojos brotaban abundantes lágrimas que resbalaban por su hocico, y que lanzaba suspiros de mujer atribulada.

    Florencio se dirigió a ella y le preguntó qué le sucedía. La vaca contestó que lloraba porque estaba muerta.

    -¿No me conoces? -dijo. Soy Mariquita. He muerto por contaros que el cura convierte a la gente en 'reses.

    Entonces contó a Florencio cómo el cura, todas las noches, iba al camposanto y mediante un extraño poder que tenía convertía a los muertos en ganado, los llevaba al matadero y se enriquecía así vendiendo su carne.

    En cuanto llegó a su choza, Florencio contó a su Amaranta la conversación que tuviese con la vaca. Amaranta creyó todo aquello; mas como Florencio no terminara de creérselo, decidió ir a preguntárselo en persona al cura. A pesar de la oposición de ella, no cejó en su empeño.

    Al día siguiente, muy temprano, se encaminó a la iglesia en busca del cura. Amaranta le siguió hasta la puerta.

    El cura le recibió muy bien y le preguntó por el motivo de su visita.

    -¿Es verdad que usted convierte a los muertos en reses? -le preguntó el buen Florencio.

    El cura aseguró que aquello era una patraña. Luego trató de sonsacar a Florencio quién le había dicho semejante cosa. Al enterarse de que había sido la difunta Mariquita, frunció el ceño.

    Luego preguntó a Florencio si había comentado con alguien aquella falsa historia.

    -Sólo con mi Amaranta -dijo el buen hombre.

    Aquello supuso el fin del infeliz Florencio. Amaranta esperó mucho rato a la puerta de la iglesia, sin que su marido apareciese. Al cabo de un tiempo, vio a un precioso toro negro con manchas blancas en el rabo y en el pecho que salía de la iglesia y que se alejaba. Cansada de esperar, volvió a su casa. Florencio no regresó. Todos creyeron que había muerto y la gente empezó a llamar a su esposa la viuda Amaranta.

    Ella se tuvo que poner a trabajar para sacar adelante a sus hijos. Por ayudar a la recolección a sus vecinos, recibía algún dinero y con eso vivía.

    Una mañana, en la que se hallaba segando en el campo, se le acercó un hombre muy hermoso. Amaranta sintió gran extrañeza por aquella súbita presenpia de hombre tan bello.

    -Dedícate a tejer cintas -dijo el extraño, y también cinturones y fajas, que ya verá

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  • 665. Mateo el leñador (Infantil)
    2025/05/28

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    Juan David Betancur Fernandez
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    En un rincón verde y encantado del mundo, vivía un joven llamado Mateo. Tenía el cabello como el trigo al sol, una sonrisa que derretía corazones y un alma tan generosa que hasta los animales del bosque lo saludaban con cariño.

    Un día, con su hacha al hombro y una canción en los labios, Mateo se adentró en el bosque a cortar leña. Pero no había avanzado mucho cuando escuchó un "croac... croac..." muy débil. Se asomó a un hoyo y encontró a tres sapos completamente deshidratados, como si fueran pasas con patas.

    —¡Pobrecillos! —exclamó Mateo—. ¡El sol casi los convierte en pasas

    Sin pensarlo, buscó hojas grandes y frescas, y los cubrió con cuidado, como si fueran bebés verdes. Luego, siguió su camino, sin saber que acababa de cambiar su destino.

    🐸 Cuando los sapos despertaron, se miraron sorprendidos: —¡Alguien nos ha salvado! ¡Debe ser un alma pura! ¡Que se cumplan todos sus deseos desde ahora!

    Mientras tanto, Mateo había cortado un buen haz de leña. Una vez listo, lo cargó sobre sus espaldas y retomó el camino de regreso a casa. Pero el haz era pesado y, a mitad de camino, el joven lo dejó en el suelo, se sentó encima y lanzó un profundo suspiro:

    -Ah, querido haz, eres terriblemente pesado, ¿sabes? ¡Te he traído hasta aquí y ahora, la verdad sea dicha, deberías ser tú quien me llevase de vuelta a casa!

    Dicho y hecho: el haz se levantó, incorporando también al jo­ven, y comenzó a correr. Mateo no podía dar crédito a sus ojos.

    El camino que conducía a su casa desde el bosque pasaba frente al palacio real. Cuando la princesa, que estaba asomada a una ventana, vio el haz que caminaba llevando a cuestas al leña­dor, se rió de corazón y gritó:

    -Venid todos a ver; el haz lleva a Mateo a cuestas.

    Mateo miró a la hermosa princesa y se enamoró enseguida de ella:

    -¡Ah, si la princesa se enamorase de mí!

    No tuvo que pensarlo dos veces porque su deseo se hizo, de inmediato, realidad. En ese mismo momento la princesa se ena­moró de él y al poco tiempo los dos enamorados se casaron, pero en secreto, porque ¿qué habría dicho el rey? ¿Una princesa casada con un leñador?

    Después de un año y un día, la princesa tuvo un hijo. El rey montó en cólera y, muy enfadado, le preguntó a la princesa quién era su marido, y el padre del niño. Pero la princesa se negó a traicionar a Mateo q así pasaron los años.

    Un día, al rey se le ocurrió una idea. Ofreció una gran fies­ta para todos sus súbditos, nobles y plebeyos. Durante la fiesta, el rey llamó a su nieto, le dio una manzana y le dijo al oído que se la entregase al invitado que le cayera mejor. El niño fue de un invitado a otro y, cuando llegó frente a Mateo, le dio la manza­na diciéndole:

    -¡Esta manzana es para ti, papá!

    Al escuchar esas palabras, el rey perdió la luz de la razón. Hizo fabricar un enorme barril, lo dividió en dos partes con una tabla, en una de ellas encerró a su hija con el nieto, y en la otra a Mateo. El barril fue arrojado al mar y las olas lo llevaron lejos.

    Pasa un día, pasan dos, pasan tres: Mateo empieza a tener hambre.

    -¡Ah, si tuviese un trozo de pan! Mi mujer y mi hijo están muertos de hambre. ¡Sería tan feliz si pudiese darles de comer!

    En cuanto dijo estas palabras, aparecieron ante cada uno de los prisioneros del barril sendas hogazas tiernas de pan blanco. Después de comer la suya con avidez, Mateo dijo:

    -¡Ah, si alguien cortase la tabla que nos separa! ¡Estamos senta-dos uno junto al otro y ni siquiera podemos vernos!

    En ese mismo instante, la tabla desapareció y Mateo, la princesa y el niño se encontraron finalmente reunidos.

    Y así

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  • 664. La boca y el brazo (Costa de Marfil)
    2025/05/26

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez al inicio de los tiempos, una Tierra que aún estaba aprendiendo a respirar, los árboles eran jóvenes, los ríos cantaban canciones nuevas y el cielo no tenía luna. En ese tiempo mágico, los seres que hoy forman parte del cuerpo humano vivían como amigos separados.

    El Brazo era fuerte y valiente. Le encantaba lanzar flechas, trepar árboles y construir cosas con ramas y piedras.

    El Pie era rápido y curioso. Corría por los campos, saltaba sobre los ríos y exploraba cada rincón del mundo.

    La nariz iba saltando de ser en ser experimentando el olor de todos los elementos de la creación.

    Y la Boca era alegre y sabia. Sabía contar historias, cantar canciones y hacer reír a todos con sus palabras dulces.

    Los cuatro eran inseparables. Iban juntos a todas partes, compartían frutas, aventuras y secretos. Pero, aunque se querían, el Brazo a veces sentía celos de la boca. Pensaba:
    "¿Por qué todos escuchan a la Boca? ¿Por qué todos la admiran por hablar, si yo soy el que trabaja y caza?"

    Un día, mientras paseaban por un bosque lleno de mariposas, llegaron a una charca muy extraña. El agua era tan quieta que parecía un espejo. No había ranas, ni peces saltando, ni pájaros cantando cerca. Todo estaba en silencio.

    El Pie se detuvo y dijo:

    —He oído que esta charca es mágica… pero peligrosa. Dicen que quien entra en ella, nunca vuelve.

    La Boca se acercó al borde y, de pronto, vio algo moverse bajo el agua. ¡Era un pez dorado! Sus escamas brillaban como el sol.

    —¡Qué hermoso! —exclamó—. Quiero atraparlo.

    Como no tenía arco ni flechas, le pidió al Brazo que le prestara los suyos. El Brazo, con una sonrisa que escondía un pensamiento oscuro, se los dio.

    La Boca apuntó… ¡y disparó! Pero la flecha falló y se hundió en el agua.

    —¡Oh no! Perdí tu flecha —dijo la Boca, preocupada.

    El Brazo frunció el ceño.

    —Entonces entra y búscala.

    —¿Qué? ¡Pero sabes que esta charca es peligrosa!

    —No me importa. Quiero mi flecha., no tus disculpas. Quiero Mi flecha.

    La Boca, asustada, pidió ir a su casa para hablar con su madre. El Brazo aceptó, pero solo por un momento.

    En la aldea, la familia de la Boca preparó regalos: collares de semillas, frutas dulces, telas tejidas con amor. Fueron a casa del Brazo y se arrodillaron.

    —Perdónanos. Te daremos todo esto por tu flecha.

    Pero el Brazo no aceptó nada. Solo quería que la Boca entrara en la charca.

    La Boca, con el corazón latiendo fuerte, miró a su madre. Ella la abrazó y le dijo:

    —Eres valiente. Haz lo correcto, pero cuídate.

    Y así, la Boca se despidió y caminó sola hacia la charca.

    La Boca se sumergió. El agua estaba fría y oscura, pero ella no se detuvo. Bajó y bajó y el agua enpezo a entrar en su cuerpo de boca… hasta que, de pronto, todo cambió.

    ¡Había llegado a una aldea mágica bajo el agua! Las casas eran de conchas, las calles de arena brillante, y en el cielo submarino flotaban luces suaves como luciérnagas y curiosamente allí el agua no la ahogaba.

    Un demonio viejo, con barba de algas y ojos como faroles, la esperaba.

    —¿Qué haces aquí, pequeña?

    —Perdí una flecha. Vine a buscarla.

    El demonio la miró con sorpresa. Nadie había hablado con tanta sinceridad antes.

    —Eres valiente. Puedes ir a esa casa. Allí está tu flecha… y otras cosas hermosas. Elige lo que quieras.

    La Boca entró y vio muchas luces flotando como globos. Eran redondas, suaves, y cada una brillaba con una luz distinta de diferentes colores. Una de ellas, pequeña y plateada, le pareció especial.

    Tomó la

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  • 663. Kautaluk (Inuit)
    2025/05/24

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez En un rincón remoto de la costa ártica, donde el hielo se extiende hasta el horizonte y el viento canta canciones antiguas entre los témpanos, una anciana inuit con su nieto, Kautaluk. El muchacho era huérfano: sus padres habían muerto en una tormenta de nieve, y desde entonces, solo el calor del cuerpo de su abuela lo protegía de las noches heladas.

    Vivían en un pequeño iglú, construido con esfuerzo y amor, pero sin pieles para abrigarse ni carne para alimentarse. A veces, los vecinos más compasivos les dejaban un trozo de grasa o un poco de pescado seco. Pero la mayoría del tiempo, Kautaluk y su abuela sobrevivían con lo que otros desechaban.

    Kautaluk era menudo, de mirada profunda y silenciosa. Algunos lo respetaban por su dignidad, pero muchos lo despreciaban por su debilidad. Los niños lo empujaban, los adultos lo ignoraban. A veces, cuando entraba en un iglú, alguien lo levantaba del suelo tirándole de la nariz, como si fuera un muñeco. El dolor físico era fuerte, pero el desprecio dolía más.

    Una noche, tras regresar con el rostro enrojecido por las lágrimas y el frío, Kautaluk se acurrucó junto a su abuela. El silencio era absoluto. Entonces, una luz suave llenó el iglú. Una figura alta, envuelta en pieles de luz, apareció ante él: el Gran Espíritu de la Tierra.

    Kautaluk —dijo con voz como el crujido del hielo—, has soportado el dolor con humildad. Esta noche te doy un regalo: la fuerza de los glaciares, la voluntad del viento. Úsala con sabiduría.

    Y desapareció.

    Kautaluk no dijo nada. Esa misma noche, salió al exterior. El cielo estaba despejado, las estrellas titilaban como brasas. Caminó hasta donde yacían las piedras más grandes del campamento. Una a una, las levantó con facilidad y las arrojó contra los iglús de quienes lo habían humillado. Luego encontró un tronco gigantesco, arrastrado por el mar, y lo colocó frente a la entrada del iglú de su peor enemigo.

    Al amanecer, el poblado despertó en confusión. Nadie podía entender cómo habían llegado allí esas rocas y ese árbol. “¡Ningún ser humano podría haber hecho esto!”, murmuraban.

    Kautaluk solo observaba, en silencio.

    Días después, el Gran Espíritu volvió a visitarlo en sueños:

    Pronto vendrá una osa blanca con sus dos crías. Sus pieles os darán calor.

    Y así fue. Una mañana, una osa y sus cachorros fueron avistados en el hielo. Los cazadores corrieron con sus lanzas. Kautaluk, con las botas de su abuela, los siguió. Pronto los adelantó. Los hombres se burlaban:

    —“¡Ese pobre huérfano! ¡Lo van a devorar!”

    Pero Kautaluk no se detuvo. Con una fuerza sobrehumana, agarró a los osos por las patas y los golpeó contra el hielo. Murieron al instante. Los cargó sobre sus hombros y los llevó al iglú de su abuela. Los cazadores, atónitos, lo siguieron.

    Aquí hay comida para todos —dijo Kautaluk—, pero primero quitad las pieles. Mi abuela y yo haremos sacos de dormir.

    Los hombres obedecieron sin rechistar. Luego, Kautaluk repartió la carne entre todos. Por primera vez, fue invitado a cada iglú. Le ofrecieron los mejores trozos, pero él, con humildad, pidió solo los más duros, los que siempre había comido.

    Con el tiempo, Kautaluk deseó formar su propio hogar. Se enamoró de la hija de su peor perseguidor. Para asegurarse de que nadie volviera a humillarlo, hizo una última demostración de poder: colocó árboles gigantes contra los iglús de todos los que lo habían maltratado. Si se movían, serían aplastados.

    El miedo se apoderó del poblado. Pero Kautaluk, con calma, retiró los árboles uno por uno.

    No quiero venganza —dijo—. Solo justicia.

    A los

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  • 662. Tololo Pampa (Chile)
    2025/05/21

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez un camionero llamado elias que conducia por la ruta 5 de chile Era una noche sin luna cuando Elías Llevaba horas sin ver un alma, y el cansancio comenzaba a nublarle la vista. La ruta 5 es posiblemente la más importante de chile ya que atrevieza todo chile a lo largo. Son 3400 kilometros cruzando desde el sur de chile hasta las frontera con peru y Bolivia. Elias era un camionero ya curtido y había recorrido muchas veces esta ruta pero este día estaba especialmente cansado.

    De pronto, una bruma espesa descendió del cielo, cubriendo el camino. Al atravesarla, Elías vio algo imposible: una ciudad resplandeciente en medio del desierto. Pese a haber recorrido muchas veces esta ruta no recordaba esta ciudad y estaba absolutamente seguro de que seguía la ruta 5 como marcaban todas las señales de la carretera. Sin embargo esta ciudad estaba allí.

    Las calles estaban empedradas con piedras que brillaban como estrellas. Las casas, de arquitectura antigua, parecían sacadas de un cuento. Había música en el aire, risas, aromas de pan recién horneado y flores que no deberían crecer en ese lugar. Un cartel de hierro forjado colgaba sobre la entrada: "Bienvenido a Tololo Pampa".

    Elías, incrédulo, fue recibido por una mujer de ojos dorados y voz suave. “Has llegado en el momento justo”, le dijo. “Hoy celebramos el Festival de la Niebla”. Lo llevaron a una plaza donde danzaban figuras vestidas con trajes de siglos pasados. Comió, bebió, y rió como no lo hacía desde joven. Una joven de piel luminosa, que se presentó como Tololo, lo tomó de la mano y le mostró la ciudad. “Este lugar vive entre los sueños y el olvido”, le susurró. “Solo aparece cuando el mundo lo necesita”.

    Después de danzar y comer como nunca lo había hecho la mujer de nuevo lo tomo por la mano y lo llevo a una posada bien organizada y confortable y con olor a madera perfumada.

    Pero al despertar, Elias no entendía que había pasado. No se encontraba en ninguna posada y solo estaba en el desierto rodeado de soledad. todo había desaparecido. No había ciudad, ni calles, ni música. Solo el desierto, inmenso y silencioso. A su lado, sobre la arena, descansaba una pequeña caja de madera tallada con símbolos extraños. Dentro, una piedra que brillaba con la misma luz que las calles de la ciudad. Y a lo lejos ve caminado un gigantesco minero que se aleja de allí acompañado de aquella bella joven que lo había recibido la noche anterior.

    Extranado Elias continuo su viaje hasta la ciudad de Copiapo que se encontraba a menos de 50 kilometros de allí y al entrar se dirigió a un bar. Allí comento su experiencia del día anterior y todos en el bar lo tildaron de loco. Pero un señor de mucha edad se acercó a el y le dijo.

    Hijo mio has estado en Tololo Pampa. Ese pueblo existio hace muchos anos y desaparecio con todos sus habitantes en un aluvión de la montana .Mi abuelo me contó sobre ella y te puedo asegurar que solo se aparece a los viajeros de vez en cuando. El minero que viste se llama pata larga y es el guardián de la princesa Tololo pampa que da origen al nombre del pueblo fantasma. La leyenda dice que si alguien ve a Patalarga tendrá buena fortuna por el resto de la vida.

    Dicen que Tololo Pampa volverá a aparecer. Por ahora Muchos viajeros, mineros y habitantes del norte de Chile aseguran haber vivido esta experiencia. Algunos lo ven como un mito, otros como una advertencia, y unos pocos como una bendición. Lo cierto es que la leyenda sigue viva, transmitida de generación en generación, alimentando el misterio de un pueblo que aparece solo cuando el destino lo permite.

    En cuanto a Elias

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  • 661. El pajaro imposible (Mongolia)
    2025/05/19

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez en Mongolia rey llamado Yerteger que se encontraba furiosos porque pese a que quería un pájaro ninguno de sus guardias y servidores había podido traer al palacio dicho pájaro maravilloso y a todos los que regresaban con las manos vacias los mandaba a asotar.


    Lo más sorprendente del pájaro era que no se ocultaba ni huía. Todos sabían exactamente dónde se encontraba. El camino para llegar a él no era sencillo, pero tampoco imposible. Consistía en ascender hasta la cima de una alta montaña. Allí, posado en la rama de un majestuoso pino, el pájaro cantaba y gorjeaba alegremente. Además, tenía la capacidad de hablar. No era la rapidez de sus alas lo que hacía tan difícil atraparlo, sino su extraordinaria inteligencia. Tantos habían intentado capturarlo que habían terminado por abrir un sendero en la vegetación de la montaña.

    El rey era joven y valiente.

    -No volveré a enviar a nadie -dijo a sus cortesanos. Estoy harto de escuchar excusas. Esta vez iré yo mismo a buscar ese famoso pájaro.

    Montando uno de sus mejores caballos, especialmente entrenado para trepar por los senderos montañosos, el rey llegó sin dificultad hasta el majestuoso pino milenario. El pájaro imposible no hizo el menor intento de escapar. Al contrario, se posó voluntariamente sobre el hombro de Su Majestad, quien se llenó de alegría al ver que lo había conseguido con tanta facilidad.

    -Muy respetado rey -dijo entonces el pájaro. Me has atrapado fácilmente. Y podrás llevarme a tu palacio sin dificultad, con tal de que cumplas una condición. Por el camino no debes hablar, ni suspirar, ni lanzar exclamaciones.

    l rey le pareció que cumplir con esa condición sería muy sencillo. Así que ambos comenzaron el descenso de la montaña. Durante el trayecto, el pájaro imposible empezó a narrar un cuento:

    Cuentan los que saben que en un país distante vivía un cazador junto a su madre y su fiel perro. Un día, mientras cazaba con su perro, se encontró con una carreta varada en el camino debido a un eje roto. Su dueño estaba muy preocupado, ya que el vehículo estaba cargado de joyas y monedas de oro y plata. No podía alejarse en busca de ayuda porque temía que alguien le robara sus valiosas pertenencias.

    —Usted parece una persona honesta —le dijo el dueño de la carreta al cazador—. Por favor, quédese aquí cuidando mi carreta mientras voy a la aldea a buscar a alguien que me ayude a repararla.

    El cazador aceptó y se quedó esperando junto a su perro. Sin embargo, las horas pasaban y empezaba a anochecer, pero el dueño de la carreta no regresaba. La madre del cazador era mayor y estaba enferma, por lo que el cazador tenía que volver para prepararle la comida.

    —Quédate aquí. No dejes que nadie se lleve ni una sola moneda —le dijo al perro—. ¡Y no te muevas hasta que yo vuelva!

    El perro, fiel y excelente guardián, cuidó de que el buey que arrastraba la carreta no se moviera del lugar y estuvo dando vueltas alrededor del vehículo durante horas, sin permitir que nadie se acercara.

    Mientras tanto, el dueño de la carreta, después de recorrer varias aldeas, finalmente encontró a alguien capaz de repararla. Cuando regresó, ya era de noche. Al ver al buen perro, se dio cuenta de que era un animal único. Muy agradecido, le puso unas cuantas monedas de plata en la boca para que se las llevara al cazador.

    El perro volvió alegremente a su casa y dejó las monedas a los pies de su amo. Pero el cazador se enfureció.

    —¡Te dije que cuidaras la carreta! ¡Y en lugar de eso, tú mismo has robado estas monedas! ¡Ahora verás!

    Tomando un palo, le dio al pobre animal una tremenda paliza

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  • 660. La prudencia
    2025/05/17

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una ve en la antigua Persia un sha, conocido por su curiosidad y deseo de rodearse de sabiduría pero igualmente por su impulsividad y su capacidad de crear dolor y sufrimiento a aquellos que le aconsejaban., Este rey se entero que el sabio Nasrudín estaba viajando por el país. Nasrudín era famoso por sus enseñanzas y su capacidad para transmitir profundas verdades de manera sencilla y a menudo humorística. Siendo el sha un hombre culto Decidio que era importante tenerlo en su corte, por lo que dio la orden a sus exploradores para que lo localizaran y lo trajeran al palacio a la menor brevedad.

    Los exploradores obedientes salieron del palacio y empezaron a recorrer el pais. Durante varios meses fueron de pueblo en pueblo y de región en región , buscando al santo en mercados, parques y caminos. Finalmente, encontraron a Nasrudín sentado plácidamente en un pequeño parque durmiendo a la sombra de una fuente de agua. Cumpliendo lo ordenado tomaron al sabio y lo llevaron al esplendor del palacio del sha. Nasrudín fue alojado en habitaciones lujosas, con todas las comodidades que el palacio podía ofrecer, su habitación era mucho más grande que cualquiera de las posadas donde hubiera estado en toda su vida.

    Cuando El sha fue informado de que el Sabio estaba ya en palacio y , ansioso por escuchar las palabras del sabio santo no podía aguantar más la espera y finalmente , visitó las habitaciones de Nasrudín. Al entrar vio al sabio sentado en su cama y Con gran reverencia y curiosidad se acercoa el y le preguntó:

    —Dime, oh santo venerado, ¿Tu que has orado y pedido con gran humildad a nuestro dios qué palabras has escuchado de labios de Alá?

    Nasrudín, con una sonrisa enigmática y una mirada tranquila, respondió:

    —Mucho he escuchado en mi vida directamente de Ala y todas y cada una de sus palabras las tengo grebadas en mi alma pero se también que Solo las últimas serán de interés para vos, alteza. Alá acaba de susurrarme algo al oído.

    El sha, intrigado y deseoso de conocer la revelación, preguntó con urgencia:

    —¿Qué te ha dicho nuestro Dios?

    Nasrudín, manteniendo su serenidad, contestó:

    —Acaba de decirme que la prudencia y la sabiduría en el h abla son esenciales para alcazar la paz y la felicidad. Por lo tanto me aconsejo que tenga cuidado con lo que te digo, para poder quedarme en el Paraíso que Él ha encontrado hoy para mí.

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  • 659. La capa de Santa Brígida (Leyenda Irlanda)
    2025/05/14

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez una mujer llamada Brigida de Kildare nacida en el siglo V en irlanda en el reino de Leinster Su padre era un rey irlandés y su madre una esclava cristiana. Desde joven Brigida mostro una gran devoción religioas y una gran inclinación para ayudar a los necesitados. Cuando fue adulta Brigida decidio consagra su vida a la religión y debido a esto decidio construir un convento en la región de Leinster.

    En aquel tiempo el rey de Leinster era un hombre conocido por su avaricia y por su paganismo. Pero Brigida sabía que el era el dueño de todos los terrenos que ella podría utilizar para la construcción de su convento. Decidida se presento ante el rey de Leinster y con toda calma le pidió que le donara un terreno. El rey que no era muy afecto a la religión simplemente se negó a la petición y ordeno que retiraran a la mujer de su vista.

    Cierto día, la Santa tuvo una idea para que este rey escarmentara por su codicia, así que de nuevo se dirigió al rey solicitándole que le concediera solamente la tierra que pudiera cubrir su capa. A pesar de sus recelos, el rey cansado de la petición y solamente para zafarse definitivamente de Brigida acepto que le daría el área que la capa de la santa cubriera.

    La santa pues cito al rey a lo alto de una pequeña colina en la planicie de Curragh en el condado de Kildare. Allí apareció el rey un poco curioso ya que sabía que con el área que ocupara una capa nunca se podría construir un convento.

    Allí frente al rey Brigida se quito su capa y la entrego a cuatro asistentes que llevaba consigo. Cada una de las asistentes tomo una punta de la capa y a la orden de Brigida comenzaron a jalar y a caminar en cada una de los puntos cardinales, a medida que las asistentes caminaban la prenda de la que estaba hecha la capa se iba extendiendo y extendiendo aumentando su área con cada minuto que pasaba.

    El rey asombrado veía como la pequeña capa iba aumentando su tamaño de forma inesperado y veía como otras mujeres se unian a la otras ayudando a tirar más y más la tela de la capa. Allí en medio de la planicie de Curragh la sombra creada por la capa cubria ya casi la mitad del área de aquel amplio terreno y el rey no comprendía como su promesa se convertia en una pesadilla.

    El rey consternado preguntó a la que luego seria Santa Brígida qué estaba ocu­rriendo. La Santa le dirigió una de sus miradas más duras y le contestó que estaba cubriendo con su capa todo su territorio, para cas­tigarle por su inmensa mezquindad. El rey sobresaltado se dio cuenta de que el enojo de la Santa podía ser muy peligroso, por lo que accedió a darle una parcela de terreno y a ser más generoso en el futuro.

    Santa Brígida asintió no sin antes advertirle que si en alguna ocasión volvía a sus antiguos hábitos, le recordaría las virtudes elásticas de su capa.

    Dicen que fue tanto el impacto que tuvo aquel milagro sobre la vida del rey que este no solo dono el terreno sino que se convirtió al catolicismo.

    Y así después de una vida de ayuda a los damnificados Brigida fundo su propio convento desde donde se dice que curaba a los enfermos y llevo a irlanda el catolicismo y se convirtió en santa en el siglo VII y se convirtió en su santa patrona.

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