• 627. Día 9. La generosidad (Novena de Navidad)
    2024/12/24

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez en un pequeño pueblo de Judea una familia que después de haber recorrido muchos kilómetros habían logrado conseguir pasar la noche en una pequeña gruta que servia de establo para algunos animales. La familia estaba esperando el nacimiento de su bebe y sabían que el momento seria pronto. Aquella noche era una noche fría y el único recurso que tenían para protegerse era el heno que le daban a aquellos pocos animales que vivían allí.

    Si bien las circunstancias no eran las ideales para tener un bebe La futura madre sabía que todo saldría bien ya que su futuro hijo había sido enviado por Dios y Dios siempre estaba con ellos. Sin embargo, el frio de la noche la hacia tiritar y su esposo solo podía abrazarla para darle un poco de calor.

    En los campos cercanos vivía un un joven pastor llamado David. David era conocido por su humildad y su corazón generoso. Aunque no tenía mucho, siempre estaba dispuesto a compartir lo poco que tenía con los demás.

    Durante aquella noche fia de Invierno, David se dedicaba a cuidar a sus ovejas y se encontraba fuera de su pequeña tienda de campaña vigilando el tranquilo deambular de las ovejas dentro del corral que les había preparado.

    La luz de la luna se reflejaba sobre el blanco cuerpo de sus ovejas y esto hacia a David feliz ya que podía vigilar mejor a todo el rebaño.

    De pronto sus ojos se fueron apartando de sus ovejas y una luz extraña le llamo la atención en el firmamento. David conocía muy bien el mapa de estrellas ya que había pasado gran parte de su vida contemplando las estrellas en el campo. Esta estrella no había estado allí antes y realmente era muy brillante, tan brillante que opacaba las estrellas a su alrededor.

    La estrella además producia una luz que claramente se dirigía a algún sitio cercano. Curioso decidio seguir esa luz y ver que era lo que indicaba.

    David recorrio varios kilómetros hasta que a lo lejos se veía el poblado de Belen donde vivían sus padres pero la luz parecía caer sobre pequeña colina que se separaba de aquel poblado. Allí habían algunas grutas que se usaban como establo para los animales pero en este caso era claro que la estrella parecía haberse posado sobre una de las grutas. Curioso y con un poco de temor siguió recorriendo el camino que lo llevaba cerca de las grutas y de pronto oyo un ruido como de un bebe.

    Más extrañado aún se acercó a inspeccionar la gruta de donde provenia aquel sonido inconfundible. Lentamente se asomo a la gruta y vio allí que entre la paja que se le daba a los animales para comer había una pareja con un bebe en sus manos. No sabía sus nombres y porque estaban allí pero David sabía que aquel era un momento glorioso y que estaba ante algo muy especial. Sabía que debía ayudar a aquella pareja y aquel niño indefenso.

    Con mucho cuidado se acercó a la pareja y sacándose de sus hombros el pobre manto de lana que lo acompanaba cuando salia a la interperie se lo ofrecio a la madre. Esta lo miro con mucha emoción y reconociendo en David un ser generoso acepto el manto y suavemente lo puso sobre el cuerpo del bebe recién nacido.

    El bebe sonrio al sentir el suave y cálido toque de aquel manto y de sus sabios salieron unos cuantos sonidos de placer.

    David no podía dejar de mirar aquel bebe, reconocia en el un ser que traería un nuevo mensaje al mundo. Pese a estar en un lugar humilde y rodeado por un par de humildes animales había algo en su mirada y en su gesto que le traía una sensación de paz.

    Sin saber porque se arrodillo a un lado de aquel bebe y las manos del bebe se extendieron para toc

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  • 626. Día 8. El Perdón (Novena de Navidad)
    2024/12/23

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    Juan David Betancur Fernandez
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  • 625. Dia 7. La Esperanza en Navidad (Novena de Navidad)
    2024/12/22

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez una ciudad llamada Luna Gris, Se llamaba así porque la niebla que bajaba de las montanas se enroscaba entre los edificios como fantasmas y la luna cuando salia no brillaba en todo su esplendor sino que se veía gris y triste. En esa ciudad la gente caminaba con la mirada baja, la Navidad había perdido su brillo. Las luces parpadeaban sin alegría, los villancicos sonaban huecos y los regalos se entregaban sin emoción. La esperanza parecía haberse esfumado, dejando tras de sí una sensación de vacío y desilusión.

    En un pequeño taller de las afueras de la ciudad, trabajaba un zapatero llamado Elías. Sus manos, marcadas por el tiempo y el trabajo, habían conocido la dureza del cuero y la frialdad de las herramientas. Elías había perdido a su esposa hacía unos años y, desde entonces, la tristeza se había instalado en su corazón, como una sombra persistente. La Navidad, que antes era un tiempo de alegría, se había convertido en un recordatorio doloroso de su pérdida.

    Este año, Elías no tenía ningún deseo de celebrar la Navidad. No había adornado su taller, ni había preparado ninguna cena especial. Se limitaba a trabajar en silencio, intentando ahogar su tristeza en el ritmo repetitivo de su oficio.

    Una tarde, mientras Elías trabajaba en un par de botas viejas, una niña llamada Sofía entró a su taller. Sofía, de ojos brillantes y sonrisa traviesa, era la hija de un vecino. Siempre radiante de alegría, era una pequeña chispa de luz en la sombría ciudad de Luna Gris.

    "Buenas tardes, señor Elías," dijo Sofía con voz dulce. "Mi mamá me dijo que usted hace los mejores zapatos de la ciudad."

    Elías levantó la vista, sorprendido por la visita de la niña. Sus ojos, cansados y apagados, se encontraron con los de Sofía, que brillaban con una alegría contagiosa.

    "Sí, hago zapatos," respondió Elías con voz ronca. "Pero no creo que sean muy especiales."

    Sofía sonrió y se acercó a la mesa de trabajo de Elías y con su suave voz murmuro "Yo creo que sí," dijo con convicción. "Yo creo que usted hace zapatos con magia."

    Elías se sintió conmovido por las palabras de la niña. La magia era algo que había dejado de creer hacía mucho tiempo.

    "¿Qué te gustaría que te hiciera?" preguntó Elías con curiosidad.

    La niña manteniendo la voz baja le dijo como si fuera un secreto. "Quiero unos zapatos que me hagan volar," respondió Sofía con los ojos llenos de ilusión.

    Elías sonrió con tristeza. "No creo que pueda hacer eso," dijo. "Pero puedo hacer unos zapatos que te hagan sentir feliz."

    Sofía sonrió y asintió con entusiasmo.

    Durante los días siguientes, Elías trabajó en los zapatos de Sofía con una dedicación que no sentía hacía mucho tiempo. Utilizó el cuero más suave, las puntadas más finas y los colores más brillantes. Mientras trabajaba, recordaba la alegría que sentía su esposa al ver los zapatos nuevos que el hacia.

    En la víspera de Navidad, los zapatos de Sofía estaban listos. Elías se los entregó con una sonrisa que había olvidado que existía. Sofía, al verlos, gritó de alegría. Se los puso de inmediato y comenzó a correr por el taller, riendo y saltando y abriendo los brazos como alas como si de verdad pudiera volar.

    La alegría de Sofía era contagiosa. Cuando elias vio a aquella niña como si volara con sus zapatos sintió que una pequeña chispa de esperanza se encendía en su corazón. Era como si la magia de la Navidad, que había creído perdida, estuviera volviendo a su vida.

    Esa noche, mientras caminaba por las calles de Luna Gris, Elías notó algo inusual. La gento lo miraba a el y le agradecían.

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  • 624. Día 6 La bondad de la navidad (Novena de navidad)
    2024/12/21

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez un valle que se llenaba de luciérnagas cuando caia la noche y por eso era llamado el valle de las Luciérnagas, En dicho valle la nieve caia como polvo de estrellas y los arboles se llenaban de copos de nieve que resplandecían con la luz de la luna. Allí en medio de aquel valle vivían los habitantes de un pequeño poblado que valoraban mucho la bondad sobre todas las cosas Sin embargo, en una colina aledaña que llamaban la colina silenciosa vivía un anciano llamado Silas. Silas era un viejo ermitaño que no se relacionaba con nadie y del que se decía que tenía el corazón frio y duro como una piedra. Lo que no sabían es que aquel viejo tenía una amargura que le había congelado el corazón.

    Silas, en otros tiempos, había sido un hombre generoso y alegre, conocido por su habilidad para tallar juguetes de madera que llenaban de felicidad a los niños del valle. Pero una gran desilusión, una traición que le había calado hasta los huesos, le había llevado a recluirse en su cabaña en la colina, lejos de la vida y de la alegría. Cada Navidad, mientras el valle se llenaba de luces y risas, Silas se encerraba en su soledad, dejando que el resentimiento se alimentara como un fuego oscuro y se encerraba en lo más profundo de su cabaña para no oír o ver la felicidad de los habitantes de aquel pueblo en el valle.

    En el corazón del valle, vivía una niña llamada Iris, cuyos ojos brillaban con la misma luz que las luciérnagas que daban nombre a su hogar. Iris, a pesar de su corta edad, poseía una sabiduría que iba más allá de sus años. Observaba el mundo con atención y sentía una profunda empatía por todos los seres vivos.

    Un día mientras caminaba con su padre cerca a la cabaña de Silas lo vio en la puerta regando las plantas y le pregunto a su padre quien era el. El padre le contó la historia de Silas y como cuando el era niño era Silas quien le regalaba los mejores juguetes de madera. Y el recordaba con mucho cariño la bondad de aquel hombre hoy encerrado en su casa alejado de la sociedad. Iris vio en los ojos de aquel hombre una mirada triste que le impacto.

    Este año, la tristeza de Silas le preocupaba más que los adornos navideños o los regalos.

    Iris no entendía por qué Silas, que había sido tan generoso en el pasado, se había cerrado al mundo. Decidió que debía hacer algo. No sabía cómo, pero su corazón le decía que la bondad era la llave para derretir el hielo que había congelado el alma del anciano.

    Con la llegada de la Navidad, Iris ideó un plan. Reclutó a sus jóvenes amigos, , y les propuso crear un regalo especial para Silas. No sería un juguete tallado con madera, ni un adorno brillante. Sería un regalo hecho con la bondad y el cariño de sus corazones.

    Durante días, los niños trabajaron en secreto. Recogieron las frutas más rojas y dulces del bosque, cosieron pequeñas bolsas de tela con retazos de sus propios vestidos, y escribieron cartas llenas de palabras amables. Cada acción era un acto de bondad, un intento de transmitir la calidez que sentían hacia el solitario anciano.

    En la víspera de Navidad, mientras la nieve caía suavemente sobre el valle, Iris y sus amigos subieron hasta la cabaña de Silas. Dejaron los regalos en la puerta, con un pequeño cartel que decía: "Para Silas, con el cariño de los niños del Valle de las Luciérnagas". Luego, se escondieron entre los árboles, esperando que el anciano saliera.

    Pasaron las horas y, finalmente, la puerta de la cabaña se abrió. El anciano Silas salió con cautela como siempre pero sus ojos vieron algo que no se esperaba. Una docena de pequeños paquetes de frutilla con notas pegadas, su rost

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  • 623. Día 5. El entusiasmo de la navidad (Novena de Navidad)
    2024/12/20

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez un pueblo llamado Cedro Alto, donde los árboles milenarios susurraban como si contaran sus secretos al viento y las casas se protegían de el viento bajo la sombra de las montañas, En este pueblo la Navidad era un tiempo de tradiciones arraigadas y corazones cálidos. Sin embargo, este año, un joven llamado Esteban se sentía ajeno a la alegría festiva.

    Esteban vivía con su abuelo, un anciano relojero de manos temblorosas y ojos sabios. El abuelo se pasaba los días reparando relojes antiguos, escuchando el tic-tac de las historias del tiempo. Esteban, aunque amaba a su abuelo, se sentía frustrado por su propia incapacidad para comprender el valor de las tradiciones. Para él, la Navidad se había convertido en una repetición monótona de adornos, villancicos y cenas familiares y honestamente no le veía ningun sentido.

    Este año, Esteban había decidido no participar en la celebración. No tenía ningún interés en las muestras de afecto, ni los regalos, ni en las luces que parpadeaban sin cesar. Se sentía desconectado de la magia que todos parecían disfrutar. En su lugar, se refugió en el taller de su abuelo, observando en silencio cómo las manos del anciano manipulaban las piezas diminutas de los relojes.

    Una tarde, mientras Esteban miraba con desgano el trabajo de su abuelo, éste le entregó un pequeño reloj de bolsillo antiguo. El reloj estaba roto y su esfera, opaca por el tiempo, apenas dejaba ver las agujas.

    "Este reloj," dijo el abuelo con una voz suave, "es especial. No marca el tiempo como los demás, sino que marca las pequeñas cosas, los momentos que realmente importan."

    Esteban tomó el reloj con curiosidad. "¿Pero qué momentos marca?" preguntó con escepticismo.

    "Eso," respondió el abuelo con una sonrisa enigmática, "depende de ti, Esteban. Debes aprender a escuchar el tic-tac del corazón y descubrir los momentos que verdaderamente te hacen feliz."

    Esteban, sin entender del todo, guardó el reloj en su bolsillo. Esa noche, mientras el resto del pueblo celebraba y cantaba villancicos de la novena de navidad, él se sentó solo en la ventana, observando las luces de las casas como si fueran estrellas lejanas. Sintió un profundo vacío, una sensación de que se estaba perdiendo algo importante.

    En ese momento, recordó las palabras de su abuelo y sacó el reloj de su bolsillo. Al tocar la esfera fría, notó que la aguja minutera se había movido ligeramente. Esteban, intrigado, decidió salir a la calle. Caminó sin rumbo fijo, dejando que el destino lo guiara.

    Mientras vagaba por las calles silenciosas, vio a una joven sentada sola en un banco del parque. La joven, llamada Clara, estaba llorando. Esteban, recordando la soledad que él mismo sentía, se acercó a ella.

    "¿Qué te pasa?" preguntó con timidez.

    Clara le contó que había perdido su collar favorito, un regalo de su abuela fallecida. Esteban, movido por la empatía, decidió ayudarla. Juntos, buscaron en la nieve durante horas, hasta que, finalmente, Esteban encontró el collar entre las hojas caídas de un arbusto y ambos simplemente se pusieron a reir de alegría por haber encontrado el collar y la joven abrazo con ternura a esteban.

    La alegría de Clara al recuperar su tesoro fue contagiosa. Al ver su sonrisa, Esteban sintió una punzada de calidez en el pecho. Miró el reloj y notó que la aguja minutera se había movido de nuevo. Esta vez, entendió lo que su abuelo quería decir. El reloj no marcaba el tiempo, sino los momentos en los que el corazón latía con más fuerza: los momentos de conexión, de empatía, de alegría compartida.

    A partir de esa n

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  • 622. Día 4. La felicidad de navidad (Novena de Navidad)
    2024/12/19

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez un pueblo llamado Colores Brillantes, donde las casas parecían cajas de colores derretidos y la nieve caía en suaves copos de todos los colores del arcoíris, en este pueblo vivía una niña llamada Cassie . Cassie adoraba la Navidad más que a nada en el mundo. No por los regalos o las luces, sino por la sensación cálida y burbujeante que le inundaba el corazón, una especie de cosquilleo mágico que llamaba "La Felicidad de Navidad".

    Sin embargo, este año, Cassie notaba que la "Felicidad de Navidad" no brillaba con la misma intensidad pese a que ella quería ser feliz. A pesar de los árboles adornados con luces y grandes bolas de colores, los villancicos cantados a todo pulmón y las galletas de mantequilla con forma de estrella, Cassie sentía un vacío que no podía explicar. Sus amigos también parecían un poco tristes y apagados, como si a la magia le faltara una pizca de su ingrediente secreto.

    Una tarde, mientras paseaba por el parque, Cassie vio algo inusual. En un rincón sombrío, lejos de las luces navideñas, había un anciano que Cassie conocía ya que siempre estaba en el parque. Pero esta vez estaba sentado en un banco , con la mirada perdida . Se llamaba Don Sol, y aunque su nombre evocaba calor, su rostro transmitía tristeza que semejaba frialdad. Cassie , con la curiosidad que la caracterizaba, se acercó a él.

    "¿Por qué estás tan triste, Don Sol?" preguntó Cassie con dulzura.

    Don Sol suspiró. "He perdido mi 'Chispa de Alegría'," respondió con voz apagada. "Antes, sentía la misma felicidad navideña que tú, pero ahora, parece que se ha ido para siempre."

    Cassie sintió un nudo en el estómago. Si alguien como Don Sol, que parecía irradiar bondad, había perdido su "Chispa de Alegría", ¿qué esperanza había para ella y para el resto del pueblo? Decidió que debía hacer algo.

    Cassie se embarcó en una misión para encontrar la "Chispa de Alegría" de Don Sol. Primero, reunió a sus amigos y les explicó la situación. Juntos, decidieron buscar pistas en los lugares más felices del pueblo: la heladería, donde los helados de mil colores siempre arrancaban sonrisas; la tienda de juguetes, donde la risa de los niños resonaba en cada rincón; y la plaza principal, donde los músicos tocaban melodías alegres.

    Pero la "Chispa de Alegría" no aparecía por ningún lado. Cassie y sus amigos se sentían desanimados. La "Felicidad de Navidad" parecía más escurridiza que nunca. Entonces, Cassie recordó algo que su abuela le había dicho: "La verdadera felicidad no se encuentra, se crea."

    Con una nueva chispa de esperanza, Cassie y sus amigos decidieron cambiar su estrategia. En lugar de buscar la felicidad, empezarían a regalarla. Comenzaron a crear pequeños actos de bondad: ayudaron a la anciana de la tienda de dulces a ordenar sus caramelos, regalaron dibujos a los niños solitarios, e incluso organizaron un pequeño concierto de navidad improvisado en el parque para animar a los vecinos.

    Mientras hacían estas acciones, Cassie comenzó a sentir algo extraño. No era la "Felicidad de Navidad" que conocía, sino algo más profundo y poderoso: la alegría de hacer felices a los demás. Y para su sorpresa, esta nueva sensación comenzó a irradiarse hacia sus amigos, quienes sonreían con una luz especial en los ojos.

    Finalmente, Cassie y sus amigos se acercaron a Don Sol. Le contaron sobre su aventura y los actos de bondad que habían realizado. Le ofrecieron una taza de chocolate caliente y le obsequiaron una pequeña guirnalda hecha a mano, llena de corazones de papel.

    Don Sol tomó la guirnalda con manos temblorosas y, mientras miraba l

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  • 621. Día 3. La unidad (Novena de Navidad)
    2024/12/18

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez un pueblo en el recóndito valle de los Suspiros, donde el viento silbaba melodías entre los arboles. Allí vivía una comunidad unida por la tradición y el respeto a la naturaleza. La Navidad, en este lugar, era un tiempo de recogimiento y sencillez, muy alejado del bullicio y la ostentación de las grandes ciudades.

    En aquel pueblo vivía una joven llamada Elena, Elena era una joven tejedora de manos delicadas y corazón generoso. Elena vivía con su abuela, la anciana y sabia Rosalía, en una cabaña de adobe con vistas al río congelado. A diferencia de otras familias, que gastaban sus ahorros en adornos y banquetes, Elena y Rosalía dedicaban su tiempo y energía a crear con sus manos regalos sencillos pero llenos de significado.

    Cada año, Elena tejía bufandas y gorros con la lana de las ovejas de la aldea, utilizando tintes naturales que obtenía de pequeñas frutillasy las plantas del bosque. Rosalía, por su parte, moldeaba con paciencia pequeñas figuras de barro, representando a los animales del valle y los personajes de las leyendas locales. Juntos, creaban tesoros humildes, que no costaban dinero, pero que llevaban consigo el calor de sus corazones.

    Este año, sin embargo, una sombra se cernía sobre el valle. Una gran tormenta de nieve había azotado la región, dejando incomunicadas a muchas familias y dificultando la llegada de provisiones. El espíritu navideño parecía haberse desvanecido bajo el manto blanco y frío.

    En el pueblo, el alcalde, un hombre adinerado acostumbrado a las grandes celebraciones, se sentía frustrado por la forma como los habitantes del pueblo se sentían tristes. Para solucionarlo decidio organizar una gran fiesta, con luces y música, y convoco a la gente a la plaza del pueblo para que entre todos pudieran pasar la navidad. pero la gente parecía más preocupada por la escasez y el frío que por la diversión. Él, que siempre había asociado la Navidad con el lujo, se sentía desconcertado ante la falta de alegría.

    Mientras tanto, Elena y Rosalía, ajenas a la frustración del alcalde, continuaban con sus labores. Con la misma calma de siempre, tejiendo y moldeando, como si la tormenta no fuera más que una pausa en el ritmo de sus vidas. Pero este año, en lugar de crear regalos para todos, decidieron hacer algo diferente: crear una manta gigante de retazos, utilizando todos los restos de lana y tela que tenían.

    Cuando la noche de Navidad llegó, la plaza del pueblo comenzó a llenarse. De todas partes, un poco a regañadientes los habitantes con mucho frio se fueron acercando pero al llegar allí se dieron cuenta que debido a la feroz tormenta los músicos no habían llegado y que por dicha razón la fiesta se había cancelado. Todos se sentían aún más desconsolados. Estaban allí en medio de la plaza, con frio y sin saber como celebrar la navidad juntos. Elena y Rosalía, con la manta doblada cuidadosamente en su canasta, decidieron abrirla y extenderla. A medida que la iban extendiendo iba saliendo más y más y los habitantes del pueblo si bien no entendían como sucedia fueron colocándose la manta sobre ellos recibiendo el calor de la lana.

    Los rostros cansados se iluminaban con una sonrisa al sentir el calor de la lana y la ternura del gesto. De pronto rosalia abrio su canasto y saco algunas de las figuras de barro para regalarsela a los niños . Los niños, al ver las figuras de barro, olvidaban por un momento su hambre y su frío y se precipitaron a recibir su regalo.

    Entre la extrañeza y la excitación todos finalmente olvidaron el extraño suceso de que de ese para de canastos salia una manta interminable y cientos de figura

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  • 620. Día 2. La paciencia (Novena de Navidad)
    2024/12/17

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez un viejo artesano llamado Elias tenía un pequeño taller de juguetes, escondido entre calles adoquinadas y casas de más de 100 anos de antigüedad. Elias había creado un lugar mágico ya que por muchos años había fabricado miles y miles de juguetes para los niños del pueblo.

    Había llegado el tiempo de navidad y como siempre el taller de Elias se comenzaba a llenar de padres y madres que iban a buscar algún juguete que sirviera de regalo de navidad para sus hijos.

    El taller era un lugar vivo y entre comentarios y risas Elias veía como los padres definían que regalo comprar y los niños recorrían el taller buscando algún regalo especial que quisieran tener. Allí habían muñecas de trapo, soldaditos de plomo y caballos de madera que se balanceaban con gran ritmo. Todos los juguetes de aquel taller habían sido fabricados por Elias y para el cada uno de ellos era especial

    Entre los asistentes aquel día estaba su nieta Sofia. Sofia era una niña de escasos 10 años que aprovechaba que había salido temprano del colegio y se escabullía de su casa para ir al taller del abuelo a jugar con los juguetes que el tenía allí.

    Pero aquel día era diferente. Sofia no estaba jugando con ninguno de los juguetes. Sofia estaba parad junto a Elias con la mirada atenta en los movimientos de su abuelo mientras este estaba puliendo un trompo de madera.

    Sofia había alguna vez había visto a su abuelo lanzar el trompo y le encantaba perseguirlo por todo el piso mientras el trompo saltaba de un lado a otro. En este caso sofia estaba mirando como su abuelo trabajaba con sus manos y como le dedicaba el tiempo a cada detalle

    Los ojos de Sofia, siempre curiosos, se veían esta vez maravillados. De pronto se acercó a su abuelo y le dijo. Abuelo yo quiero aprender a hacer juguetes como tu.

    El abuelo sorprendido por aquella repentina petición de su nieta paro de pulir el trompo y dos lagrimas comenzaron a caer de sus ojos llegando hasta la blanca barba. Sus ojos brillaban y en su cara se instalo una sonrisa.

    Elías, con su barba blanca, dos lagrimas de felicidad y la sonrisa amable, aceptó encantado. Pero le advirtió a Sofía que la creación de juguetes requería algo más que habilidad, requería paciencia, una virtud que según él era un ingrediente esencial para la magia de la Navidad.

    Cuando ya los compradores se habían retirado Sofia y su abuelo se dirigieron al taller donde estaban los instrumentos de fabricación y Elias con voz dulce le dijo. Aquí te empezare a enseñar a hacer juguetes.

    Los primeros intentos de Sofía fueron un caos. Con la ayudad de su abuelo empezó a aprender a cortar suavemente la madera, pero esta se astillaba, aprendio a pintar los caballos de madera pero la pintura se corría y se regaba, aprendio a ensamblar las piezas de las muñecas pero algunas de partes se quebraban durante el proceso.

    Sofia se sentía frustrada, quería que las cosas salieran bien de inmediato, y le costaba comprender por qué Elías, sin importar cuánto se tardara, no perdía la calma ni la sonrisa.

    Elías, con su infinita paciencia, le recordaba a Sofía que la belleza de un juguete no solo estaba en su apariencia final, sino en cada paso del proceso.

    Con paciencia Le enseñó a apreciar los pequeños detalles, a valorar los intentos fallidos como oportunidades de aprendizaje, y a no apresurarse ni frustrarse si las cosas no salían perfectas a la primera.

    P

    asaron las semanas y la Navidad se acercaba. Sofía, siguiendo las enseñanzas de Elías, comenzó a ver los resultados de su esfuerzo. Los p

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