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664. La boca y el brazo (Costa de Marfil)

664. La boca y el brazo (Costa de Marfil)

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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com

Había una vez al inicio de los tiempos, una Tierra que aún estaba aprendiendo a respirar, los árboles eran jóvenes, los ríos cantaban canciones nuevas y el cielo no tenía luna. En ese tiempo mágico, los seres que hoy forman parte del cuerpo humano vivían como amigos separados.

El Brazo era fuerte y valiente. Le encantaba lanzar flechas, trepar árboles y construir cosas con ramas y piedras.

El Pie era rápido y curioso. Corría por los campos, saltaba sobre los ríos y exploraba cada rincón del mundo.

La nariz iba saltando de ser en ser experimentando el olor de todos los elementos de la creación.

Y la Boca era alegre y sabia. Sabía contar historias, cantar canciones y hacer reír a todos con sus palabras dulces.

Los cuatro eran inseparables. Iban juntos a todas partes, compartían frutas, aventuras y secretos. Pero, aunque se querían, el Brazo a veces sentía celos de la boca. Pensaba:
"¿Por qué todos escuchan a la Boca? ¿Por qué todos la admiran por hablar, si yo soy el que trabaja y caza?"

Un día, mientras paseaban por un bosque lleno de mariposas, llegaron a una charca muy extraña. El agua era tan quieta que parecía un espejo. No había ranas, ni peces saltando, ni pájaros cantando cerca. Todo estaba en silencio.

El Pie se detuvo y dijo:

—He oído que esta charca es mágica… pero peligrosa. Dicen que quien entra en ella, nunca vuelve.

La Boca se acercó al borde y, de pronto, vio algo moverse bajo el agua. ¡Era un pez dorado! Sus escamas brillaban como el sol.

—¡Qué hermoso! —exclamó—. Quiero atraparlo.

Como no tenía arco ni flechas, le pidió al Brazo que le prestara los suyos. El Brazo, con una sonrisa que escondía un pensamiento oscuro, se los dio.

La Boca apuntó… ¡y disparó! Pero la flecha falló y se hundió en el agua.

—¡Oh no! Perdí tu flecha —dijo la Boca, preocupada.

El Brazo frunció el ceño.

—Entonces entra y búscala.

—¿Qué? ¡Pero sabes que esta charca es peligrosa!

—No me importa. Quiero mi flecha., no tus disculpas. Quiero Mi flecha.

La Boca, asustada, pidió ir a su casa para hablar con su madre. El Brazo aceptó, pero solo por un momento.

En la aldea, la familia de la Boca preparó regalos: collares de semillas, frutas dulces, telas tejidas con amor. Fueron a casa del Brazo y se arrodillaron.

—Perdónanos. Te daremos todo esto por tu flecha.

Pero el Brazo no aceptó nada. Solo quería que la Boca entrara en la charca.

La Boca, con el corazón latiendo fuerte, miró a su madre. Ella la abrazó y le dijo:

—Eres valiente. Haz lo correcto, pero cuídate.

Y así, la Boca se despidió y caminó sola hacia la charca.

La Boca se sumergió. El agua estaba fría y oscura, pero ella no se detuvo. Bajó y bajó y el agua enpezo a entrar en su cuerpo de boca… hasta que, de pronto, todo cambió.

¡Había llegado a una aldea mágica bajo el agua! Las casas eran de conchas, las calles de arena brillante, y en el cielo submarino flotaban luces suaves como luciérnagas y curiosamente allí el agua no la ahogaba.

Un demonio viejo, con barba de algas y ojos como faroles, la esperaba.

—¿Qué haces aquí, pequeña?

—Perdí una flecha. Vine a buscarla.

El demonio la miró con sorpresa. Nadie había hablado con tanta sinceridad antes.

—Eres valiente. Puedes ir a esa casa. Allí está tu flecha… y otras cosas hermosas. Elige lo que quieras.

La Boca entró y vio muchas luces flotando como globos. Eran redondas, suaves, y cada una brillaba con una luz distinta de diferentes colores. Una de ellas, pequeña y plateada, le pareció especial.

Tomó la

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