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Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

著者: Juan David Betancur Fernandez
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このコンテンツについて

Este podcast está dedicado a los cuentos, mitos y leyendas del mundo.© 2025 Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda 世界 文学・フィクション 社会科学
エピソード
  • 666. El toro y Amaranta
    2025/05/31

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com


    Erase una vez una familia muy pobre, compuesta por los padres, Florencio y Amaranta, y por sus dos hijos, Florencito y Amarantita. Tenía tal necesidad la familia, que todas las mañanas se veía obligado el buen Florencio a ir hasta el matadero para comprar a muy bajo precio las tripas de las reses allí sacrificadas. A la postre, y dada la destreza culinaria de Amaranta, las tripas se convertían en un alimento de grato sabor.

    Tenían una vecina, llamada Mariquita, que un día se dirigió a la choza de Florencio y Amaranta para pedirles un poco de sal. Al ver a Amaranta guisando aquellas repugnantes tripas, le dijo:

    -Las compra Florencio en el matadero que hay cerca del cemen-terio, ¿verdad?

    -Así es -respondió Amaranta.

    Entonces Mariquita les contó que aquellas tripas no eran de animales, sino de fantasmas.

    -¡Qué cosas dices! -exclamó el buen Florencio echándose a reír.

    -Es verdad -insistió Mariquita. El cura es el que hace eso; es un brujo.

    Poco después murió Mariquita.

    Una mañana en la que Florencio iba al matadero, vio venir hacia él una manada de toros. Cuando llegaron a su altura, oyó algo en extremo curioso: un toro le preguntaba a otro, en el idioma de los cristiapos, si era la primera vez que iba al matadero. El toro preguntado respondió que no; que era la tercera vez que lo mataban.

    Al poco rato vio pasar a una hermosa vaca, de cuyos ojos brotaban abundantes lágrimas que resbalaban por su hocico, y que lanzaba suspiros de mujer atribulada.

    Florencio se dirigió a ella y le preguntó qué le sucedía. La vaca contestó que lloraba porque estaba muerta.

    -¿No me conoces? -dijo. Soy Mariquita. He muerto por contaros que el cura convierte a la gente en 'reses.

    Entonces contó a Florencio cómo el cura, todas las noches, iba al camposanto y mediante un extraño poder que tenía convertía a los muertos en ganado, los llevaba al matadero y se enriquecía así vendiendo su carne.

    En cuanto llegó a su choza, Florencio contó a su Amaranta la conversación que tuviese con la vaca. Amaranta creyó todo aquello; mas como Florencio no terminara de creérselo, decidió ir a preguntárselo en persona al cura. A pesar de la oposición de ella, no cejó en su empeño.

    Al día siguiente, muy temprano, se encaminó a la iglesia en busca del cura. Amaranta le siguió hasta la puerta.

    El cura le recibió muy bien y le preguntó por el motivo de su visita.

    -¿Es verdad que usted convierte a los muertos en reses? -le preguntó el buen Florencio.

    El cura aseguró que aquello era una patraña. Luego trató de sonsacar a Florencio quién le había dicho semejante cosa. Al enterarse de que había sido la difunta Mariquita, frunció el ceño.

    Luego preguntó a Florencio si había comentado con alguien aquella falsa historia.

    -Sólo con mi Amaranta -dijo el buen hombre.

    Aquello supuso el fin del infeliz Florencio. Amaranta esperó mucho rato a la puerta de la iglesia, sin que su marido apareciese. Al cabo de un tiempo, vio a un precioso toro negro con manchas blancas en el rabo y en el pecho que salía de la iglesia y que se alejaba. Cansada de esperar, volvió a su casa. Florencio no regresó. Todos creyeron que había muerto y la gente empezó a llamar a su esposa la viuda Amaranta.

    Ella se tuvo que poner a trabajar para sacar adelante a sus hijos. Por ayudar a la recolección a sus vecinos, recibía algún dinero y con eso vivía.

    Una mañana, en la que se hallaba segando en el campo, se le acercó un hombre muy hermoso. Amaranta sintió gran extrañeza por aquella súbita presenpia de hombre tan bello.

    -Dedícate a tejer cintas -dijo el extraño, y también cinturones y fajas, que ya verá

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  • 665. Mateo el leñador (Infantil)
    2025/05/28

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    Juan David Betancur Fernandez
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    En un rincón verde y encantado del mundo, vivía un joven llamado Mateo. Tenía el cabello como el trigo al sol, una sonrisa que derretía corazones y un alma tan generosa que hasta los animales del bosque lo saludaban con cariño.

    Un día, con su hacha al hombro y una canción en los labios, Mateo se adentró en el bosque a cortar leña. Pero no había avanzado mucho cuando escuchó un "croac... croac..." muy débil. Se asomó a un hoyo y encontró a tres sapos completamente deshidratados, como si fueran pasas con patas.

    —¡Pobrecillos! —exclamó Mateo—. ¡El sol casi los convierte en pasas

    Sin pensarlo, buscó hojas grandes y frescas, y los cubrió con cuidado, como si fueran bebés verdes. Luego, siguió su camino, sin saber que acababa de cambiar su destino.

    🐸 Cuando los sapos despertaron, se miraron sorprendidos: —¡Alguien nos ha salvado! ¡Debe ser un alma pura! ¡Que se cumplan todos sus deseos desde ahora!

    Mientras tanto, Mateo había cortado un buen haz de leña. Una vez listo, lo cargó sobre sus espaldas y retomó el camino de regreso a casa. Pero el haz era pesado y, a mitad de camino, el joven lo dejó en el suelo, se sentó encima y lanzó un profundo suspiro:

    -Ah, querido haz, eres terriblemente pesado, ¿sabes? ¡Te he traído hasta aquí y ahora, la verdad sea dicha, deberías ser tú quien me llevase de vuelta a casa!

    Dicho y hecho: el haz se levantó, incorporando también al jo­ven, y comenzó a correr. Mateo no podía dar crédito a sus ojos.

    El camino que conducía a su casa desde el bosque pasaba frente al palacio real. Cuando la princesa, que estaba asomada a una ventana, vio el haz que caminaba llevando a cuestas al leña­dor, se rió de corazón y gritó:

    -Venid todos a ver; el haz lleva a Mateo a cuestas.

    Mateo miró a la hermosa princesa y se enamoró enseguida de ella:

    -¡Ah, si la princesa se enamorase de mí!

    No tuvo que pensarlo dos veces porque su deseo se hizo, de inmediato, realidad. En ese mismo momento la princesa se ena­moró de él y al poco tiempo los dos enamorados se casaron, pero en secreto, porque ¿qué habría dicho el rey? ¿Una princesa casada con un leñador?

    Después de un año y un día, la princesa tuvo un hijo. El rey montó en cólera y, muy enfadado, le preguntó a la princesa quién era su marido, y el padre del niño. Pero la princesa se negó a traicionar a Mateo q así pasaron los años.

    Un día, al rey se le ocurrió una idea. Ofreció una gran fies­ta para todos sus súbditos, nobles y plebeyos. Durante la fiesta, el rey llamó a su nieto, le dio una manzana y le dijo al oído que se la entregase al invitado que le cayera mejor. El niño fue de un invitado a otro y, cuando llegó frente a Mateo, le dio la manza­na diciéndole:

    -¡Esta manzana es para ti, papá!

    Al escuchar esas palabras, el rey perdió la luz de la razón. Hizo fabricar un enorme barril, lo dividió en dos partes con una tabla, en una de ellas encerró a su hija con el nieto, y en la otra a Mateo. El barril fue arrojado al mar y las olas lo llevaron lejos.

    Pasa un día, pasan dos, pasan tres: Mateo empieza a tener hambre.

    -¡Ah, si tuviese un trozo de pan! Mi mujer y mi hijo están muertos de hambre. ¡Sería tan feliz si pudiese darles de comer!

    En cuanto dijo estas palabras, aparecieron ante cada uno de los prisioneros del barril sendas hogazas tiernas de pan blanco. Después de comer la suya con avidez, Mateo dijo:

    -¡Ah, si alguien cortase la tabla que nos separa! ¡Estamos senta-dos uno junto al otro y ni siquiera podemos vernos!

    En ese mismo instante, la tabla desapareció y Mateo, la princesa y el niño se encontraron finalmente reunidos.

    Y así

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  • 664. La boca y el brazo (Costa de Marfil)
    2025/05/26

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez al inicio de los tiempos, una Tierra que aún estaba aprendiendo a respirar, los árboles eran jóvenes, los ríos cantaban canciones nuevas y el cielo no tenía luna. En ese tiempo mágico, los seres que hoy forman parte del cuerpo humano vivían como amigos separados.

    El Brazo era fuerte y valiente. Le encantaba lanzar flechas, trepar árboles y construir cosas con ramas y piedras.

    El Pie era rápido y curioso. Corría por los campos, saltaba sobre los ríos y exploraba cada rincón del mundo.

    La nariz iba saltando de ser en ser experimentando el olor de todos los elementos de la creación.

    Y la Boca era alegre y sabia. Sabía contar historias, cantar canciones y hacer reír a todos con sus palabras dulces.

    Los cuatro eran inseparables. Iban juntos a todas partes, compartían frutas, aventuras y secretos. Pero, aunque se querían, el Brazo a veces sentía celos de la boca. Pensaba:
    "¿Por qué todos escuchan a la Boca? ¿Por qué todos la admiran por hablar, si yo soy el que trabaja y caza?"

    Un día, mientras paseaban por un bosque lleno de mariposas, llegaron a una charca muy extraña. El agua era tan quieta que parecía un espejo. No había ranas, ni peces saltando, ni pájaros cantando cerca. Todo estaba en silencio.

    El Pie se detuvo y dijo:

    —He oído que esta charca es mágica… pero peligrosa. Dicen que quien entra en ella, nunca vuelve.

    La Boca se acercó al borde y, de pronto, vio algo moverse bajo el agua. ¡Era un pez dorado! Sus escamas brillaban como el sol.

    —¡Qué hermoso! —exclamó—. Quiero atraparlo.

    Como no tenía arco ni flechas, le pidió al Brazo que le prestara los suyos. El Brazo, con una sonrisa que escondía un pensamiento oscuro, se los dio.

    La Boca apuntó… ¡y disparó! Pero la flecha falló y se hundió en el agua.

    —¡Oh no! Perdí tu flecha —dijo la Boca, preocupada.

    El Brazo frunció el ceño.

    —Entonces entra y búscala.

    —¿Qué? ¡Pero sabes que esta charca es peligrosa!

    —No me importa. Quiero mi flecha., no tus disculpas. Quiero Mi flecha.

    La Boca, asustada, pidió ir a su casa para hablar con su madre. El Brazo aceptó, pero solo por un momento.

    En la aldea, la familia de la Boca preparó regalos: collares de semillas, frutas dulces, telas tejidas con amor. Fueron a casa del Brazo y se arrodillaron.

    —Perdónanos. Te daremos todo esto por tu flecha.

    Pero el Brazo no aceptó nada. Solo quería que la Boca entrara en la charca.

    La Boca, con el corazón latiendo fuerte, miró a su madre. Ella la abrazó y le dijo:

    —Eres valiente. Haz lo correcto, pero cuídate.

    Y así, la Boca se despidió y caminó sola hacia la charca.

    La Boca se sumergió. El agua estaba fría y oscura, pero ella no se detuvo. Bajó y bajó y el agua enpezo a entrar en su cuerpo de boca… hasta que, de pronto, todo cambió.

    ¡Había llegado a una aldea mágica bajo el agua! Las casas eran de conchas, las calles de arena brillante, y en el cielo submarino flotaban luces suaves como luciérnagas y curiosamente allí el agua no la ahogaba.

    Un demonio viejo, con barba de algas y ojos como faroles, la esperaba.

    —¿Qué haces aquí, pequeña?

    —Perdí una flecha. Vine a buscarla.

    El demonio la miró con sorpresa. Nadie había hablado con tanta sinceridad antes.

    —Eres valiente. Puedes ir a esa casa. Allí está tu flecha… y otras cosas hermosas. Elige lo que quieras.

    La Boca entró y vio muchas luces flotando como globos. Eran redondas, suaves, y cada una brillaba con una luz distinta de diferentes colores. Una de ellas, pequeña y plateada, le pareció especial.

    Tomó la

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