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サマリー
あらすじ・解説
El cumplimiento de la fe de María: el Mesías
Hasta entonces [María] ha esperado, igual que una catecúmena, que Dios cumpla definitivamente su fe. Ella creía en Dios igual que las mujeres piadosas de su pueblo y junto con ellas esperaba la venida del Mesías prometido. Pero no sospechaba que ese Mesías le fuera dado a ella como el cumplimiento perfecto de su fe.
Fin de la cita.
María espera. María, con todo su pueblo. La fe de Israel es una espera que empieza después de la caída del paraíso terrenal, después de la ruptura con Dios –porque Dios se apiada y promete a testigos y profetas elegidos–, y sigue hasta los tiempos en los que María vive, en los tiempos en los que José vive. […]
El cumplimiento desbordante de la perfección de María
Su fe que espera ya es perfecta, pero, recibiendo al Hijo como un sacramento, esa perfección primera que está a la espera pasa a un cumplimiento desbordante que hace saltar todo lo precedente. Y por esta expansión neotestamentaria de su fe ella se transforma en la portadora de la fe cristiana por excelencia.
Fin de la cita.
La fe que espera de María es ya perfecta, nos dice el texto. Sin embargo, Dios, perfección misma, es el origen de toda perfección. Así que el cumplimiento que Él había prometido en los profetas ahora es algo más de lo que María, como de lo que Israel, podía esperar. Es, como dice el texto, efectivamente un cumplimiento desbordante, y desbordante hasta tal punto que hace estallar, que hace saltar todo lo precedente.
El poder transformador de los sacramentos
Este cumplimiento desbordante de lo que hemos hablado no es solamente un punto de llegada; no, más bien se trata de un punto de partida: este cumplimiento, esta expansión, pues, conlleva una transformación.
Y esto nos hace pensar en la realidad de los sacramentos. Los sacramentos son un signo eficaz de algo más grande, algo que tiene que ver con la gracia de Dios, y María recibe al Hijo precisamente como un sacramento: el don de Dios perfecto insertado en nuestras vidas para transformarlas, para hacer de ellas lo que Dios verdaderamente quiere. […]