エピソード

  • Sagrada Familia
    2024/12/26

    Sagrada Familia

    Había tres fiestas importantes para los judíos: la Pascua, Pentecostés y la fiesta de los tabernáculos. Muchos judíos solían ir a Jerusalén en una de esas fiestas. La Sagrada Familia solía ir por Pascua, la más importante. Nazaret se halla a unos 140 kilómetros de Jerusalén, unos cuatro o cinco días de camino. Unas cuantas familias se solían juntar para el viaje. De vuelta Jesús se quedó en la ciudad santa sin que lo supieran sus padres. Solían viajar en dos grupos, los hombres y las mujeres juntos. Los niños podían elegir con quien iban. María y José pensaron que Jesús iba con el otro grupo. Es fácil pensar que Dios está con nosotros, pero lo importante es que viajemos con Él.

    Cuando se dieron cuenta de que Jesús no estaba con ellos se volvieron a Jerusalén. Al cabo de tres días, después de dos días de viaje, por la mañana lo encontraron en el templo. Para los judíos el templo lo era todo; era el lugar donde Dios residía. Jesús quería estar cerca de su Padre Dios. Deberíamos buscar el mejor sitio para encontrar a Dios. ¿Cómo podemos conectar con Él? Nos hace falta una conexión rápida. Debemos desarrollar el deseo de estar con Dios, de tener esa paz y alegría que sólo Él puede darnos.

    Podemos imaginarnos la angustia y la ansiedad de María y José. Su misión era cuidar a Jesús y lo habían perdido. ¿Por qué lo hizo? Tenía doce años, la edad para ir a Jerusalén. Para nosotros es sólo un chico. Para esa sociedad ya era un hombre joven. Quería darles una lección y encontrar respuestas a sus preguntas. Lo encontraron hablando con los rabinos del templo. También nosotros deberíamos hacernos preguntas, para encontrar el significado de nuestras vidas, para averiguar que hacemos aquí.

    Su madre protestó: ¿Por qué lo has hecho? Él contestó perplejo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo estar en las cosas de mi Padre? Al contestar puso esa sonrisa que desarmaba a su madre, para suavizar sus palabras. Les dijo que el templo era su lugar y que había venido a la tierra para hacer la voluntad de su Padre. Esa debería ser nuestra actitud ante las cosas que nos separan de Dios. Deberíamos preguntarnos qué es lo que no nos deja ver a Dios y quitarlo de en medio.

    El evangelio dice que no lo entendieron, pero que la Virgen guardó esas cosas en su corazón. Quería ponderar lo que significaba y lo que Dios quería de ella. Hay muchas cosas que no entendemos, nos rebelamos y a veces nos enfadamos con Dios porque no hace lo que le pedimos. La actitud de María es más útil. Dios tiene sus razones y tiene su plan para nosotros. Todo lo que tenemos que hacer es contemplar cómo Dios actúa en nuestras vidas.

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  • Navidad
    2024/12/24

    Navidad

    Durante el Adviento en nuestro camino hacia Jesús, hemos seguido el ejemplo de San Juan Bautista, San José y de nuestra Madre. Nos han llevado hacia él. Hemos llegado a donde queríamos ir, al establo de Belén. Ahora debemos centrarnos en Jesús; eso es lo que importa. Estos días de Navidad son días de calma y serena contemplación del Niño Dios. Todo lo que tenemos que hacer es mirarlo, despacio, para sumergirnos en el misterio de un Dios hecho hombre, admirando la maravillosa mezcla de su humanidad y divinidad, guardando su perfecta distinción. Eso es todo, mirarlo y nada más. Intentar profundizar más y más dentro del infinito abismo del amor de Dios por nosotros, un pozo sin fondo lleno de su majestad y poder. Y todo eso está concentrado en un diminuto bebé.

    ¿Por qué tuvo que venir? No tuvo, pero no solo quiso vivir con nosotros, sino que quiso también hacerse hombre, gozar y sufrir por todo lo que nosotros pasamos excepto en el pecado. Y ahora comienza, como nosotros hicimos, su terrena andadura como un bebé. Un niño pequeño que no puede abrir sus ojos, sin dientes y con sus manitas cerradas. Todo lo que hace es comer, dormir, llorar y ensuciar pañales. Es completamente indefenso, dependiendo cien por cien de los demás. Solo puede tomar la leche de su madre. Un Dios desamparado, que si lo dejas en la intemperie, se muere. No puede ni siquiera sonreír, la cara roja y sin pelo. Si pudiera abrir sus parpados, veríamos unos ojos marrones maravillosos.

    Y ese es el niño que tenemos que contemplar, aunque no pueda vernos; y está dormido. Es una mirada de una sola dirección, intentando aprender de su cátedra, su silla de profesor, un libro abierto, el libro de su vida, sus primeras lecciones de su paso por la tierra. Podía haber venido como un hombre ya hecho, pero quiso comenzar por el principio, pues somos lentos en aprender. Necesitamos horas de contemplación paciente delante de un pesebre, mirando como pasa frio, como llora, o como se arrulla en los brazos de su madre. Las dos primeras lecciones que aprendemos son humildad y pobreza. Vino con nada, y cuando se vaya, su única posesión será el madero de la cruz. ¿Humildad? No hay mejor ejemplo que un Dios bebé.

    ¿Y que hacemos en frente del Niño Dios? No tenemos que hacer mucho. María se encarga. ¿Qué hacen las madres con sus hijos? Los cuidan, alimentan, lavan, los consuelan, los llevan en brazos, les dan amor, los besan. Algunos de nosotros no sabemos mucho qué hacer con un bebé. Por lo menos le podemos dar cariño. Este bebé nos puede enseñar a amar. Cógelo en tus brazos, y cuidado no lo dejes caer. Cada vez que pecamos, se nos cae. Nos podemos ofrecer a él con generosidad. Un bebé trae lo mejor de nosotros. No podemos decirle que no. En frente del niño no podemos aparentar o pretender. Debemos ser nosotros mismos. Lo primero que nos dice cuando nos acercamos a él es: quítate ese disfraz; se lo que eres, un niño como yo.

    Quizás lo mejor que podemos hacer es sentarnos en un rinconcito de la cueva, sin estorbar, y, escondidos detrás de las sombras, contemplar como María cuida a su hijo. Es una escena maravillosa, conmovedora. Lo atiende sabiendo que es Dios y hombre. Nos enseña a cómo tratarle en su humanidad y en su divinidad. No puedes cansarte, mirando al niño y a su madre. Muchos artistas han intentado captar ese momento. Nuestra imaginación es más poderosa.

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  • Cuarto Domingo de Adviento
    2024/12/21

    Cuarto Domingo de Adviento

    Después de la Anunciación, cuando el ángel Gabriel se retiró, San Lucas dice que María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá. Tenía prisa para cumplir la voluntad de Dios. Aunque Dios no le pidió que fuera a ayudar a su prima Isabel, ella se dio cuenta de que eso era lo que Dios quería, y no perdió tiempo pensándolo. José seguramente la acompañaría, un viaje de tres o cuatro días, unos caminos peligrosos a través de las montañas. Le preguntaría el porqué de esa precipitada decisión y le diría que su prima anciana estaba encinta. Los Padres de la Iglesia ven en este episodio un ejemplo de la vida de la Virgen, una actitud de docilidad, rápida y alegre, a lo que Dios quería de ella. Podemos aprender de ella, a no arrastrar los pies cuando vemos lo que Dios nos pide.

    Otra lección que podemos aprender de María es su deseo de ayudar a los demás, por encima de las preparaciones que tendría que hacer para el nacimiento de su propio bebé. Tenía una buena excusa para posponer su viaje, pero sabiendo que su prima era entrada en años, y que ya le quedaban solo tres meses para dar a luz, decidió ir a ayudarla. Cuando el Espíritu Santo pone en nuestra mente, de diferentes maneras, la idea de que otros están necesitando ayuda, deberíamos seguir el ejemplo de María y echarles una mano. No podemos olvidar que somos felices cuando nos damos a los demás. Todos tenemos problemas, pero la mejor manera de arreglarlos es centrarnos en los demás. La mayoría de nuestras preocupaciones son creadas por nuestras mentes, y desparecen cuando nos concentramos en servir a los demás.

    María trae a Jesús a su prima Isabel. También nos lo trae a nosotros. Estamos ahora en un tiempo de espera ansiosa para la Navidad, para el nacimiento de Jesús en nuestras almas. María cumple su misión de mediadora, canal de todas las gracias. Cuanto más cercanos estemos de María, más cercanos estamos de Jesús. Una vez tenemos a Jesús con nosotros, podemos llevar nuestra fe a los demás. Las madres al traer una nueva vida al mundo participan de su bendición. También nosotros podemos experimentar esa experiencia espiritual.

    Cuando Isabel saludó a María, su niño saltó en su seno. Dos bebés se encontraron desde su regazo y se reconocieron. San Juan no pudo contener su alegría y quiso nacer en ese momento. Los teólogos dicen que San Juan fue santificado en el vientre de su madre, bautizado siendo testigo de Jesús. Por eso celebramos su nacimiento. No es fácil reconocer a Jesús que pasa por nuestras vidas, a veces muy escondido detrás de la cruz. Hoy le pedimos a San Juan Bautista que nos ayude a ser testigo de Jesús y saltar de alegría ante su encuentro.

    Isabel comenzó a alabar a su prima, llena del Espíritu Santo: “Bendita eres tú entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre.” Decimos estas palabras cada vez que rezamos el Ave María, muchas veces sin darnos cuenta lo que estamos diciendo. Seamos testigos de Jesús en nuestras vidas y así podremos traerlo a los demás.

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  • Tercer Domingo de Adviento
    2024/12/13

    Tercer Domingo de Adviento

    Hoy podemos utilizar ornamentos de color rosa para la Misa. ¿Por qué? Para expresar nuestra alegría, pues el Señor viene a nuestro encuentro. Este domingo se llamaba Domenica Gaudete porque así comienza la antífona de entrada en latín: Gaudete, Alégrate. Viene de la carta de San Pablo a los Filipenses: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. El Señor está cerca.” Después de dos semanas de preparación para la Navidad, nos tomamos un descanso y miramos el maravilloso panorama que se contempla subiendo el monte de Adviento: Jesús está al caer. Cuando más subimos el aire es más puro y vemos las cosas con más claridad. Por eso hoy encendemos la vela rosa de la corona de Adviento. En la cima de las montañas, cuando amanece el sol, su primera luz ilumina la nieve con un maravilloso color rosáceo.

    Jesús está más cerca de nosotros de lo que pensamos. Camina hacia nuestro encuentro. Si no lo vemos significa que debemos examinar nuestra conciencia para ver que hay entre él y nosotros. Debe ser fruto de nuestra soberbia o de nuestro egoísmo, dos arbustos reliquias del pecado original que nos ocultan a Jesús. Necesitamos podarlos para poder verlo mejor. Nos cuesta ser sinceros para descubrir los obstáculos y removerlos para acercarlos a él.

    Un hombre con un buen sentido del humor se murió y se presentó ante Jesús para su juicio. Había una larga cola de gente. Podía oír lo que Jesús les decía: estaba hambriento y me diste de comer: pasa; estaba sediento y me diste de beber: pasa; estaba enfermo y viniste a verme: pasa. Se dio cuenta de que nunca había hecho estas cosas pues estaba todo el día en el bar bebiendo y contando chistes. Cuando le llegó su turno, Jesús miro el computador y dijo: estaba triste y me contaste chistes, estaba deprimido y me hiciste reír: pasa.

    Dicen que la cita más buscada en la Biblia es “no tengáis miedo.” Aparece más de 300 veces. Es lo que Jesús dijo a sus apóstoles, lo que los ángeles dicen cuando se aparecen a la gente. Son las primeras palabras que dijo Juan Pablo II cuando fue elegido Papa al asomarse a la plaza de San Pedro. Tenemos miedo de nosotros mismos, del futuro, de lo desconocido, de fallar, de lo que nos pueda ocurrir. El miedo nos quita la alegría y nos paraliza; no nos deja confiar en Dios, abandonar todo en sus manos.

    Cuanto más cercanos estamos de Dios, más alegría interior tenemos. Es natural pues hemos sido creados para él. Es parte de nuestro DNA. El problema es que normalmente buscamos la felicidad donde no está y nos cuesta reconocer nuestro error. ¿Por qué? Porque esas cosas son sucedáneos de la felicidad, no la verdadera. Hoy es un buen día para poner nuestro corazón en el lugar adecuado, cerca de nuestra Madre, causa de nuestra alegría, pues lleva en su seno a nuestro creador, que sabe lo que necesitamos, lo que nos gusta, y nos ama con amor divino.

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  • Segundo Domingo de Adviento
    2024/12/04

    Segundo Domingo de Adviento

    En el segundo domingo de Adviento la Iglesia nos presenta San Juan Bautista como preparación para la Navidad. Comenzó a seguir su vocación desde el seno de su madre. El Papa Benedicto XVI dice que encontramos nuestra bondad cuando seguimos el plan que Dios ha preparado para cada uno de nosotros. Hoy la gente joven tiene miedo de descubrir ese plan. Creen que su vida es demasiado preciosa como para dedicarla a algo diferente a ellos mismos. Se olvidan de que, si no das tu vida, la pierdes. Cuando sigues el plan de Dios, encuentras tu verdad, y la verdad te hace libre. Tu vida se vuelve testigo de la verdad. En una sociedad relativista, tu vida se convierte en un faro de la verdad.

    ¿Qué podemos aprender de Juan el Bautista? Muchas cosas, pero yo creo que su virtud más importante, fundamento de todas las demás, fue su humildad. Jesús lo alabó diciendo que no ha habido nadie como él. Era un hombre excepcional. Para abrir los caminos del Señor, debía tener los mejores talentos, las mejores cualidades para parecerse a su Maestro. Podía haber hecho lo que hubiera querido en la vida, incluso llegando a ser el emperador romano de turno. Pero cumplió su misión y desapareció. Les dijo a sus discípulos, que se quejaban de que todos se iban con Jesús, de que él debía disminuir y Jesús aumentar. También les dijo que no era digno de inclinarse a desatarle la correa de sus sandalias. Nosotros, al contrario, nos preocupamos de nuestras cualidades, y las utilizamos para nuestra gloria, pensando cómo podemos ser más famosos e influyentes.

    Otra virtud que brilló en Juan el Bautista fue su generosidad. Le ofreció a Jesús su dos mejores discípulos. Sentado a la orilla del del rio Jordán, cuando Jesús pasaba, lo señaló diciendo: He aquí el Cordero de Dios. Juan y Andrés no se lo pensaron dos veces y lo siguieron. Formaron parte de sus doce apóstoles. Su actitud es contraria a la nuestra que pensamos demasiado en nosotros mismos. Nunca en la historia de la humanidad hemos tenido tantas riquezas y muchas veces somos egoístas.

    San Juan Bautista nos da otro buen ejemplo para nuestra generación: fortaleza. Denunció a Herodes, sabiendo que podía perder su cabeza, cuando le dijo que no podía tener a la mujer de su hermano. Nosotros recelamos de lo que la gente va a pensar de nosotros, y no decimos lo que tenemos que decir, por miedo a lo que vayan a decir o nos cancelen. Los medios sociales crean una cultura anónima en la que podemos decir lo que queramos sin dar cuenta de nuestros actos. Podemos lanzar la piedra y esconder la mano. Deberíamos pensar dos veces antes de enviar un comentario.

    Podemos seguir el ejemplo de San Juan Bautista para abrir los caminos del Señor a nuestros amigos y parientes. Jesús nos envía delante de él. Pero para eso debemos imitarle en sus virtudes, para que otros puedan ver un poco de Jesús en nuestras vidas. Hoy le pedimos a Juan el Bautista la ayuda para desarrollar en nuestras vidas lo que necesitamos para seguir las pisadas del Maestro.

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  • Primer Domingo de Adviento
    2024/11/30

    Primer Domingo de Adviento

    La corona de Adviento es una tradición cristiana que simboliza la duración de sus cuatro semanas. Es un recuerdo de que el tiempo pasa, cada domingo una nueva vela, y nos ayuda a estar preparados para cuando Jesús nazca en nuestra alma en Navidad. Cada vez que encendemos una vela se puede leer un pasaje de la Escritura, rezar unas oraciones o hacer unas consideraciones espirituales. Con cada domingo la luz aumenta al encenderse una nueva vela. Las velas se encienden siguiendo la dirección de las agujas del reloj. Algunas coronas tienen una quinta vela en el medio, de color blanco, que se enciende en la vigilia de Navidad, para mostrar la centralidad de Jesucristo.

    La corona está hecha de ramas y hojas verdes, el color de la esperanza, más agradable a la vista, simbolizando la vida eterna. La forma circular de la corona representa la eternidad de Dios y la inmortalidad del alma. También figura el amor infinito de Dios por nosotros. Un círculo es una figura geométrica sin principio ni final. El amor de Dios fluye sin interrupción, dándonos constantemente la vida de la gracia.

    Las cuatro velas suscitan diferentes interpretaciones, cada una ofreciendo diferentes aspectos de la vida cristiana. Pueden simbolizar los conceptos de paz, esperanza, alegría y amor. Otra interpretación dice que la primera vela es de los profetas que predijeron la venida del Mesías; la segunda es la vela de Belén, del viaje de María y José; la tercera es la de los pastores; la cuarta la del ángel. Otra visión se centra en los que esperan la llegada del Mesías: los profetas, Juan el Bautista, José y María. Algunos autores espirituales animan a potenciar las virtudes relacionadas con los demás: paciencia, perdón, actos de servicio y la sonrisa.

    El color de las velas tiene también su significado. El violeta y el rosa corresponden a los colores litúrgicos de Adviento. El púrpura era el color de los reyes, el color de las vestiduras reales, pues su pigmento era el más caro de obtener. Así Herodes vistió a Jesús con un trapo de púrpura para reírse de él. En el tercer domingo de Adviento el sacerdote puede utilizar una casulla de color de rosa. Ocurre lo mismo en el cuarto domingo de Cuaresma. La liturgia ofrece un descanso en la penitencia e invita a la alegría con un color más alegre.

    Las velas representan a Cristo que es la luz del mundo, que vino a dispersar la oscuridad. Nos recuerda el rito del bautismo, cuando acercamos una vela encendida al bebé, para simbolizar su alma llena de luz y color. Cada día que pasa nos acerca a la Navidad, a la luz del mundo. Cuanto más cerca estamos de Cristo más vemos. El Salmo 35 dice: “En tu luz, Señor, vemos la luz.” Mientras las velas están encendidas estamos a salvo. La luz de las velas nos protegen de la oscuridad, el reino del demonio, y nos ayudan a ver el futuro.

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  • 34 Domingo B Cristo Rey
    2024/11/22

    Poncio Pilatos

    Hoy, en la fiesta de Cristo Rey, la Iglesia nos presenta el evangelio de la conversación entre Pilatos y Jesús acerca de su reinado. Pilatos fue el gobernador de Judea por diez años, el tiempo en el que Jesús sufrió su pasión y muerte. Su nombre aparece en el Credo para situar a Jesús en un concreto momento histórico. Hoy en día no nos gustan los monarcas. Los vemos antiguos o irrelevantes. En nuestro mundo individualista somos críticos de la autoridad. No nos gusta que nos digan quienes somos, preferimos elegir nuestra identidad y decidimos lo que está bien o mal por nosotros mismos. Los cristianos por el bautismo pertenecemos al reino de Jesús, pero antes o después tenemos que elegirlo como nuestro rey.

    Jesús le dijo a Pilatos que su reino no es de este mundo. ¿Qué clase de reinado es el suyo? El prefacio de la Misa de hoy nos enumera sus cualidades: un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, amor y paz. Jesús reina desde la cruz. Su corona es de espinas, su vestido un trapo de púrpura y su cetro una caña de bambú. Su trono es un madero, sus joyas tres clavos y su cáliz está lleno de vinagre. Sus soldados, los apóstoles, le han desertado, abandonándolo, dejándolo solo. Los reyes suelen enviar sus ejércitos a morir por ellos. Jesús ha muerto por nosotros.

    Su reinado durará para siempre, porque no es de este mundo. Todos los reinos humanos, imperios, culturas, naciones, multinacionales, antes o después desaparecen. El reino de Jesús será eterno, durará para siempre. Él es el alfa y omega, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Señor de señores, Rey de reyes, Emperador de emperadores. Su reinado es supremo, sobre todas las gentes, universal, abarcando todo. Es fundamentalmente espiritual, de ángeles y humanos. Y Jesús nos pregunta si queremos formar parte de su reino.

    Solo puede haber dos reinos: el nuestro o el de Dios. Su reino nos libera de lo que nos esclaviza. Nuestro reino está gobernado por unos tiranos: el miedo, la culpa, el resentimiento, la envidia, la vergüenza y la inseguridad. El miedo nos paraliza. La culpa nos hace andar hacia atrás. El resentimiento nos empuja a evitar a la gente. La envidia nos produce tristeza ante el bien de otros. La vergüenza nos hace escondernos en la cueva de nuestra soberbia. La inseguridad nos lleva a odiarnos a nosotros mismos. ¿Cuáles son los tiranos que gobiernan nuestras vidas? ¿Qué nos esclaviza? Jesús es el único que nos puede liberar de esas adicciones y nos ofrece la libertad de los hijos de Dios.

    En la catedral de Sevilla, en la famosa capilla real, donde el rey san Fernando está enterrado, preside una imagen de la Virgen, sentada en su trono, con el niño Dios en su regazo. La llaman la Virgen de los reyes, patrona de Sevilla. Encima de su cabeza hay una inscripción en latín que dice: Per me reges regnant. Por mí los reyes reinan. Ella es la Reina de la paz. Ella nos ayuda a dejar que Cristo reine en nuestros corazones, y así que la paz reine en el mundo.

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  • 33 Domingo B La segunda venida
    2024/11/15

    La segunda venida

    Nos hallamos ahora al final del año litúrgico, donde la Iglesia nos ofrece un evangelio apocalíptico, que habla del final de los tiempos. Apocalipsis significa revelación, levantar el velo que esconde lo que hay detrás de la cortina que nos separa con la eternidad. Sabemos que Jesús volverá un día, para acabar con el tiempo y comenzar su reino eterno. El próximo domingo celebramos la fiesta de Cristo Rey con que acabamos el año litúrgico. En el Credo decimos que Jesús “de nuevo vendrá con Gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin.”

    Hablamos de tres venidas de Cristo: la Encarnación, cuando el Hijo de Dios se hizo carne; nuestro encuentro personal con Dios, cuando nos morimos; y su segunda venida. La primera estuvo escondida a los ojos de los hombres, la segunda no la conocemos y la tercera será asombrosa. Noviembre es un mes en el tradicionalmente pensamos en el más allá, en la otra vida, las verdades eternas, las últimas cosas, la eternidad.

    Los primeros cristianos pensaron que la segunda venida de Cristo iba a ocurrir durante su vida. San Pablo tuvo que decirles que se pusieran a trabajar, pues pensaban que no valía la pena hacer nada, si todo iba a desaparecer. A nosotros no nos afecta tanto, pues llevamos dos mil años esperando. En cada generación aparecen profetas que auguran el final de los tiempos. Todos tenemos un deseo de conocer el futuro, pero sabemos que Dios nos dice a cada uno lo que tenemos que saber y confiamos que el futuro está en sus manos. Antes de su venida habrá señales importantes, aparecerá el anticristo y ocurrirán desastres naturales. Todo se destruirá y habrá un nuevo cielo y una nueva tierra.

    Jesús dijo que tenía que irse para preparar un lugar para cada uno de nosotros. Vendrá de vuelta para llevarnos a ese lugar, para estar con él y con la gente que amamos para siempre. No solemos pensar en la hora de nuestra partida. Es lo único que nos ocurrirá con seguridad, cada día más cerca, y que da sentido a nuestras vidas. Pensamos que está muy lejos, pero el pensamiento de nuestra partida nos ayuda a valorar lo que es más importante en la vida.

    Jesús en el evangelio nos recuerda constantemente que tenemos que estar preparados, listos, esperando. Dice que vendrá como un ladrón en la noche, sin avisar, para dar cuenta de nuestros talentos. No estamos dispuestos, pues todavía estamos aquí. Este noviembre es un buen momento para prepararnos bien para ese encuentro personal con Jesús. Para otros es el final; para nosotros es el principio. Jesús, muriendo por nosotros ha quitado el aguijón de la muerte, y ha abierto las puertas del cielo. Podemos decir con los primeros cristianos: Maranatha, ven Señor Jesús.

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